Extrañar, siempre

Me pasa, me di cuenta, que a veces, cuando estoy más sensible o más cansada o más susceptible – qué sé yo – extraño a algunas personas o me doy cuenta de que las extraño. Es como un darse cuenta de algo que siempre está ahí, como escondido en algún lado y esperando para salir cada tanto, como queriendo decirte que no, que el olvido no existe, que es solo un invento para creer que en algún momento se deja de extrañar. Pero no, no se deja, nunca se deja.

Hace unos días viajé a Melo a ver a Teté, mi abuela adorada. Fuimos – mi hermana y yo- un viernes y volvimos un domingo. El sábado a la noche, acostadas las tres en el cuarto de Teté y con la luz apagada, después de que habíamos dicho “buenas noches abue, mañana llamanos temprano”, después de que me di vuelta acostada en la cama grande con ella y la destapé sin querer, después de que se volvió a tapar y me tapó a mi también, después de agarrarme del brazo y hacer silencio, nos dijo: “Qué lindo que estén acá” y en sus palabras había algo de “no se vayan”, aunque supiera y nosotras también supiéramos que no, que al otro día nos teníamos que ir.

***

Cuando tenía 17 años mi mejor amigo se fue a vivir a Suiza. Éramos tres, siempre. Los fines de semana los dividíamos entre nuestras amigas y él, siempre. Los días los pasábamos juntos, siempre. Éramos tres y un día supimos que íbamos a ser dos. El día que Lukas se iba, Jazmín y yo éramos las únicas que llorábamos. Le habíamos hecho una foto de los tres para que se llevara con él y una carta que al final decía “Qué nos volvamos a ver. Te queremos mucho, Jaz y Sole”.

Un año y medio después, cuando nos vinimos a estudiar a Montevideo, cuando mi amiga y yo creíamos que íbamos a recibirnos, ahorrar, agarrar una mochila e irnos a algún lugar del mundo – en avión y a un hotel, porque lo de la carpa no nos va -, cuando empezábamos a ser grandes pero ser grandes no importaba porque mientras estuviéramos juntas podíamos con el universo, cuando a veces nos sentíamos solas pero estar lejos de casa no era tan feo porque nos teníamos para tomar un café o llamarnos y hablar y llorar por dos horas enteras, cuando todavía salíamos a bailar y nos reíamos juntas de la gente y tomábamos juntas y nos emborrachábamos juntas y nos caíamos juntas y nos levantábamos, ella a mí y yo a ella, justo en ese momento, cuando la vida empezaba a ser más vida, una noche, un sábado, para ser específica, me llamó llorando: “Nacha me voy a vivir a Córdoba”. Y una semana después nos tomamos juntas un café con un brownie en un bar de mala muerte y lloramos juntas y nos dijimos que no, que no se podía ir, y nos abrazamos como si supiéramos que era la última vez que nos íbamos a ver. No era mentira. Un mes después Jazmín, mi amiga del alma, mi hermana, mi China, se fue.

***

El 26 de abril hizo un año desde que mi abuelo se fue. La última vez que lo vi había sido en febrero, durante dos días. Esa vez él me había dicho que pensaba que estaba mejor, que se sentía bien, que en el invierno los tenía que ir a visitar, a él y a Teté, que me hacía un licor y lo tomábamos en frente a la estufa, como a mí me gustaba. A veces lo extraño, especialmente cuando mi abuela lo extraña, que es siempre o casi siempre, como cuando nosotras dormimos con ella y no tiene que dormir sola.

***

Y sí, a veces se me da por extrañar, se me da por querer  estar cerca de algunas personas, se me da como un aire nostálgico, melancólico, qué sé yo, que me hace querer más a mis amigos, que me hace escribirles, así como de la nada, que los quiero, que los extraño, que me conmueve que sean mis amigos.

La semana pasada, por ejemplo, una de mis amigas más adoradas y queridas a quien no menciono porque es tan humilde que me reta, escribió en un grupo de Whatsapp que tenemos con otra amiga adorada a quien no vemos hace un tiempo porque está haciendo teatro en Salto, que por favor le pasara un número de cédula o una cuenta para poder depositarle algo de dinero y comprar la entrada para su obra, aunque no pudiera ir. “Así al menos los ayudo desde acá”, dijo. Inmediatamente le escribí: “Me emociona que seas mi amiga”.

Y sí, mis amigas, mis amigos, mis hermanos, mi familia, me emociona profundamente, especialmente en momentos de sensibilidad, en esos momentos en los que me doy cuenta de que extraño a mucha gente y de que a veces, extraño a gente que tengo a dos cuadras. Porque es muy de nosotros extrañar y no hacer nada para dejar de extrañar, es muy de nosotros decir que nos tenemos que ver y dejar pasar el tiempo, como si no supiéramos que el tiempo es el único que no vuelve, nunca, nunca vuelve el hijo de puta. Es jodido el tiempo.

***

Pero sí, en estos momentos sensibles pienso en ellos y en lo maravillosos que son. Pienso en que hace poco más de dos años recuperé a mi amiga más amiga o a la más vieja, a mi amiga de toda la vida, a mi amiga desde que tenía 5 años, a la que una vez, sin que ninguna supiera por qué, dejé de hablarle, porque ella también dejó de hablarme, y la distancia y el tiempo nos separó. A la que un día volví a cruzar, y con unas copas de más abracé y me abrazó y lloramos y dijimos “¿por qué somos tan idiotas?” y ella le pidió a mis otras amigas que me cuidaran y nos volvimos a abrazar y nos dijimos que nos queríamos y que teníamos que vernos. Y un día nos vimos y todo era como antes, como todos esos años en los que habíamos jugado a ser hermanas.

Pienso en mis amigas de siempre. Somos las mismas desde hace más de diez años. Somos pocas y nos vemos poco. Pero somos nosotras, somos las de siempre, las que nos aguantamos la cabeza en todo y nos acompañamos, aunque sea a la distancia, aunque sea en un grupo que se llama Chicas, aunque sea cada tanto, porque así y todo, cada tanto y a la distancia, las cuatro sabemos que nos tenemos y a esta altura, nos vamos a tener siempre.

Pienso en mi otro cuarteto, en amigas que encontré en el medio de una casa enorme en la que vivíamos 50 chicas del interior y sentíamos las mismas cosas. Las encontré justo cuando Jazmín se fue y yo necesitaba a alguien que no me dijera que no era tan grave, que no se iba a la India, que la tecnología y la mar en coche (Ine, ¿te suena la mar en choche?), justo cuando yo necesitaba que alguien me apoyara sin hablarme, sin inventarme excusas para consolarme, justo cuando empezábamos a ser grandes y a veces nos sentíamos solas y estábamos lejos de casa y la vida empezaba a ser más vida. Justo en ese momento, nos hicimos amigas.

Pienso en personas que aparecen porque tienen que aparecer, porque algo, alguien, el destino, no sé, las hace aparecer. Pienso en lo loco que es querer a alguien en poco tiempo. Pienso en lo loco que es encontrar a una amiga que en unos meses se transforme en otra hermana (mayor) porque sí, porque es especial aunque no sepa por qué, porque cuando paso mucho tiempo sin verla la extraño como extraño a otras personas cada tanto, cuando estoy sensible y algo, alguien, el destino, no sé, hace que las extrañes. Y ahora, por ejemplo, un poquito, la extraño.

Me emocionan, sí, me emocionan mis amigos, mis amigas que son mis hermanas y mis hermanos que son mis amigos. Me emociona saber que no importa que no nos veamos por un año, dos, tres. No importa el tiempo ni la distancia. Me emociona saber que podemos seguir llorando juntas y riéndonos por los mismos chistes y estupideces que cuando teníamos 15. Me emociona saber que no hace falta que hablemos todos los días – es tan difícil, y cada vez más-. Me emociona saber que aunque estemos empezando a ser grandes, todavía nos tenemos. Me emociona que existan amistades que sean inexplicables y que puedan contra todo. Me emociona saber que aunque me ponga triste, hubo un amor tan fuerte que hizo que mi abuela nunca dejara de extrañarlo. Me emociona extrañar, a veces, porque cuando extraño algo surge en mí que me hace ser una persona cursi, tierna y conmovida, que le dice a sus amigos, así porque sí, que los quiere. Y a veces, solo a veces, es un poquito necesario, como para recordarles que estoy acá, a pesar de mi nunca tener tiempo.

Me emociona extrañar, a veces, porque sé que cuando se extraña, es para siempre. Si no, se olvida. Y el olvido es un invento.

S. Gago.

PD: Sí, escribir sobre la amistad es como escribir sobre el amor, nunca puede salir algo muy completo.

Deja un comentario